Buscar este blog


Star Wars, episodio VII

Por la mañana, después de la fiesta en la luna Endor , el comandante Skywalker se levantó con una resaca feroz y salió de la cabaña cuidando de no despertar a una docena de ositos peludos y malolientes, ewoks, que roncaban apiñados los unos contra los otros. Afuera, el aroma de la leña quemada le arrasó los ojos en lágrimas y descendió hasta la pira en la que al ocaso había quemado el cadáver de su padre, Anakin Skywalker, alter ego del Lord Sith conocido en todo el Imperio como Darth Vader.
Despacio, Skywalker se acercó a los restos calcinados y humeantes y tomó un puñado de ceniza que se le escurrió entre los dedos y salió volando con la brisa. Skywalker sintió que ese mismo viento suave llevaba la voz de Obi Wan Kenobi que le susurraba: “Luke, irás a Coruscant y te presentarás al Consejo Jedi”. Por instinto, el comandante Skywalker palpó su espada de luz y respondió en un suspiro: “Sí, maestro”.
Un klekket después, ya en Coruscant, Skywalker vio entrar en su habitación a un androide de protocolo. “El Consejo le espera, maestro”. Skywalker se abrochó la capa Jedi y siguió al droide hasta una gran sala de más de mil kubas cuadrados con unos grandes ventanales desde los que se admiraban los cuatro satélites del planeta. En aquella sala, once Jedis, y un sillón vacío en homenaje a Yoda, saludaron con una leve inclinación de cabeza la entrada del comandante Skywalker. En el centro, el Gran Maestro Jo Sem Rebol-Ledo, se levantó, alzó su mano y dijo: “Maestro Skywalker. Le he mandado llamar porque la Audiencia Nacional de Madr-el-Did ha ordenado vuestra captura y extradición inmediata para ser juzgado por haber destruido una estación de combate del Imperio, déjeme ver, sí, eh…, la llamada Estrella de la Muerte, y haber asesinado a miles de trabajadores civiles de la estación y haber causado un gran daño psicológico a sus familias”.
Luke Skywalker sintió una perturbación en la Fuerza, pero no tuvo tiempo de esquivar la garra del droide B2 que le apresó. El maestro Rebol-Ledo movió la mano y los ventanales del salón se elevaron. Skywalker notó el aire cálido de Coruscant azotándole la cara y oyó a una multitud gritar: “¡A-se-sino! ¡A-se-sino! ¡Skywalker, fascista!”. El maestro Rebol-Ledo se aproximó a Skywalker: “No sabe cómo lo lamento, pero dígame, ¿por qué Yoda y usted no intentaron alcanzar una solución dialogada con los Sith? Si algo nos enseña la democracia es que la palabra siempre debe ser el último recurso”.
El comandante Skywalker, con los ojos como platos, tartamudeó: “¡Pe, pe, pe… pero la Estrella de la Muerte destruyó Alderaan!”. El maestro Jo Sem Rebol-Ledo le puso la mano en el hombro: “No, si yo le entiendo, créame; pero ya es hora de pasar página y preparar el camino a una paz sin vencedores ni vencidos. Examine sus sentimientos, sabe que es verdad”.
Entonces, por primera y última vez en lo que le quedaba de vida, el comandante Skywalker dijo una palabrota muy fea, una que ni un wookie con diarrea crónica se hubiera atrevido a decir. 

No hay comentarios: